domingo

II

Un tendal de guerreros gimiendo en el destrozo. Yo entre ellos, con la mirada eslabonada al pedazo del cielo que me cubre y el pecho rajado, esperando el último resoplido con una paciencia tan sumisa como la húmeda tierra que mi espalda atrapa.

El olor a sangre y acero ungiendo el aire, y el tiempo demorado, esperando que todo termine. Nubarrones desligados en motas viscosas que apenas permiten al sol destilar rayos amarillos mortecinos, violáceos rayos quebradizos. Entonces, el último latido: un bombeo seco como piedra que sólo es acompañado por una lánguida sonrisa.

Por ahí andan mis sueños ultimamente.